lunes, 20 de octubre de 2008

Extraña final, extraño partido, extrañas sensaciones, casi rescatadas del pasado. No corren buenos tiempos para la lírica. Corren tiempos de tipos con brazos de camionero (Nadal), de gigantes metidos en una cancha (Karlovic) o de sufridores que se agarran a la pista con garras y dientes (Davydenko o Ferrer). La poesía quedó atrás y también los jugadores de talento o táctica.
Sin embargo, por una jugarreta del destino, ayer se citaron en la final dos jugadores de calidad, de los que han sustituido el palo y tentetieso por otras armas. Gilles Simon es la discreción. Un jugador técnico y de tenis pausado, casi lento. Murray juega más duro, más plano, pero igualmente usa la cabeza en la pista, sobre todo a la hora de establecer una estrategia, capaz de jugar blando si el partido lo requiere. Ayer lo requería. Contrariamente a lo que hicieron los anteriores rivales de Simon, Karlovic o Nadal, Murray volvió a realizar un partido táctico: juego variado y blando ante el mismo tenis que le proponía el rival.
Fue un acierto. A pesar de ser más joven que Simon, tiene más experiencia en finales y, además, jugó con dos ventajas, una física y otra psicológica. El francés llegó al partido deshilachado. Ya habían sido duros todos sus partidos del torneo, pero el jugado ante Nadal fue especialmente cruento. Simon -que es un doble de Joaquín, el del Valencia, a la francesa- falló más de la cuenta (16 errores no forzados), posiblemente por el cansancio acumulado.
La segunda ventaja fue mental. Dio la sensación de que se conformaba con lo hecho, que haber ganado a Nadal le vaciaba de contenido la final, ahíto de gloria. Por ahí le ganó Murray, por ahí y porque es un tenista más cuajado, más consistente en el juego. Por otra parte, el servicio fue una baza importante. Murray tiene saque. Simon, apenas. Al escocés no sólo le sirvió para sacarle de algún que otro apuro, sino para apuntalar su triunfo en el «tie break» final, cuando Simon dispuso de sus opciones con dos bolas de set.
El partido, algo descafeinado al no estar ni Nadal ni Federer, tuvo su altura técnica, pero también un tinte de continuo peloteo en su lento discurrir.
Bolas de riesgo
El francés, como siempre, fue de menos a más y echó el resto de pulmones que le quedaban en ese tramo final. Aceleró las acciones, intentó más «winners» y a base de riesgo niveló la mayor solidez de su rival, que había ganado el primer set con cierta soltura. El desenlace pudo caer de cualquier lado, pero Murray se mostró más entero y finiquitó la tarea

Extraña final, extraño partido, extrañas sensaciones, casi rescatadas del pasado. No corren buenos tiempos para la lírica. Corren tiempos de tipos con brazos de camionero (Nadal), de gigantes metidos en una cancha (Karlovic) o de sufridores que se agarran a la pista con garras y dientes (Davydenko o Ferrer). La poesía quedó atrás y también los jugadores de talento o táctica.






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